LA HISTORIA
Buscábamos un lugar donde poder parar y reconectar con la naturaleza y con nosotros mismos. Queríamos descansar pero también buscábamos la forma de construir nuevos recuerdos e historias para nuestra familia y nuestros amigos. Sin saberlo del todo, estábamos buscando un paraíso. Y lo encontramos. O, mejor dicho, él nos encontró a nosotros.
Todo comenzó con la búsqueda del lugar perfecto. Tras varios meses visitando varias fincas, una mañana soleada llegamos a Extremadura y de repente nos encontramos en una dehesa escondida entre tres sierras —Altamira, Gredos y La Estrella— . Allí, el paisaje se desplegaba en silencio, como si estuviera esperándonos. La orientación era perfecta, la luz envolvente, y un arroyo cruzaba la finca creando un microclima que suavizaba el aire. Había algo sagrado en ese lugar. Lo sentimos enseguida.
Poco a poco, comenzamos a habitarlo.
Construimos una casa con piedra del lugar, siguiendo las formas de la arquitectura extremeña, pero abierta al paisaje, al cielo, al presente. Grandes ventanales, líneas limpias, distribución contemporánea. Queríamos que la casa respirara con el entorno. Y lo conseguimos. Cada rincón de Dehesa Paraíso invita a bajar el ritmo, a mirar hacia dentro, a estar presente.
Al principio, fue un refugio solo para nosotros. Veníamos aquí a descansar, a observar las estaciones, a dejar que el tiempo hiciera su trabajo. Aprendimos a escuchar el campo. A mirar los cielos limpios llenos de estrellas. A reconocer el silencio como un regalo.
Y con el tiempo, descubrimos algo más:
el poder sanador de este lugar.
EL NOMBRE
Nos dimos cuenta de que cada persona que venía —amigos, familia, conocidos— salía transformada. Más ligera. Más conectada. Más viva.
Y fue entonces cuando empezamos a imaginar algo más grande.
Comenzamos a organizar los primeros retiros. Desde nuestro vínculo con las flores, con la tierra, con la creación. Y vimos que funcionaba. Que Dehesa Paraíso era fértil no solo en paisaje, sino en encuentros y emociones que permanecen.
Fue en ese proceso, ya con la casa viva y el corazón puesto en ella, cuando apareció la puerta. Una pieza que al verla por primera vez la reconocimos como la misma que aparecía en un cuadro de William Morris que siempre nos había maravillado.
Esa fue la señal definitiva. Esa puerta no era solo una entrada: era una llave. Y con ella, llegó el nombre y el logo de
DEHESA PARAISO.
EL JARDIN
El Jardín Cicatrizante de Dehesa Paraíso es un espacio experimental y curativo, concebido como una experiencia viva que puede visitarse con cita previa.
Antes de comenzar, se registran constantes vitales —como la temperatura, tensión arterial…—para observar cómo la naturaleza actúa sobre el cuerpo. Al finalizar, esas medidas se repiten y los resultados hablan por sí solos: el jardín calma, equilibra y transforma.
Su composición se basa en una plantación de formas bajas —en su mayoría no superan la altura de la cintura, permitiendo al visitante sentirse parte del paisaje, no frente a él. Los colores dominantes son el color gris en todas sus variaciones: plateado, azulado, verdoso o amarronado.
Es un jardín que imita la forma en que la naturaleza se ordena a sí misma: subarbustos que dialogan con arbustos más altos, creando una aparente monotonía que, sin embargo, calma y reconcilia. Esta armonía se integra en un bosque de encinas centenarias, donde la disposición vertical de los cipreses mediterráneos (Cupressus sempervirens) aporta un contrapunto elegante de formas alargadas .La mayor parte de la cubierta arbórea es de encinas centenáreas (Quercus ilex), que arrojan suficiente sombra como para alterar el habitat debajo de ellas. Gramíneas espontáneas, nacidas de los campos colindantes, se entrelazan entre las zonas más secas, recordando la fuerza de lo que brota sin pedir permiso.
El jardín tiene una pendiente continua y los niveles mas altos de vegetación tienen un impacto visual sobre un telon de fondo donde se recortan las montañas de la sierra. Las especies predominantes —Lavandula, Cistus, Phlomis y Teucrium— representan la sobriedad mediterránea: pocas floraciones, pero un follaje lleno de textura y matices, donde el color es una emoción más que una pigmentación.
Rodeado por tres sierras, el lugar disfruta de un microclima propio y una sensación de visión infinita. Desde las zonas altas, el jardín se abre hacia las montañas de la sierra, y los senderos que conectan sus cuatro áreas invitan a elegir el propio camino, según la necesidad interior de cada visitante. Así, cada paseo se convierte en una herramienta de autoconocimiento: un acto sanador y reconfortante, distinto en cada visita.
En este lugar, la naturaleza no solo adorna: repara.
Y Tú solo tienes que caminar para que ocurra